El campo está en nosotros, sin nosotros estar en él y, sin estarlo, dependemos de éste. El campo está, dentro de nosotros, corre por nuestras venas alimentando nuestro cuerpo. Sí reconocemos qué como sistema estamos conectados con el campo; entonces, reconoceremos cuáles son nuestras responsabilidades con él, así como éste las asume hacia nosotros.
Apreciar la naturaleza, va más allá de lo que pueden ver nuestros ojos. El campo, no siempre fue campo. Muchas extensiones de tierras cultivables que conocemos hoy como campos, al principio, eran bosques llenos de diversas oportunidades de sustento que brindaban diversos bienes y servicios ambientales.
El descubrimiento de parte de la ciencia con la que trabaja la naturaleza y las necesidades humanas, nos lleva a deforestar para sembrar y, así, cambiar la exploración del bosque por la producción de alimentos y otros bienes.
La dinámica de una sociedad en aumento, nos lleva a la construcción de ciudades que nos separan del campo. Sin que por ello, hayamos dejado de depender de éste. Por el contrario, la necesidad de alimentarnos nos ha obligado a aumentar las extensiones de tierras cultivables y desarrollar mecanismos eficientes para poder sostener la producción.
Efectivamente, inventamos la maquina, para arar la tierra y los dispositivos para irrigarlas, hemos desarrollado pesticidas, para estabilizar la producción de alimentos que se ve amenazada por las pestes y plagas. Y, muchos, podemos comer. No todos, pero la gran mayoría. Entonces, aunque vivamos en la ciudad, el campo está en nuestra mesa; está en esa suerte de alimento que no se produce en forma natural pero consume los recursos de la naturaleza y nos produce bienestar.
El buen Pater Familias que hay en nosotros, tiene que florecer brindando al campo un himno de armonía. Hasta ahora, nuestras prácticas de supervivencia han conseguido el objetivo de permitirnos el desarrollo en busca de nuestro bienestar. Pero, ese bienestar lo hemos comprometido con la desconexión de nuestros sentidos.
Nos desconectamos en el momento en que dejamos de apreciar el valor de los bienes del bosque y sus servicios. No tanto por haber establecido las ciudades, sino por haber dejado de mirar, oler, escuchar y sentir las bondades y las necesidades del campo antes de saborear sus frutos. En el campo hay sequía y cuando no, hay inundaciones. Muchas tierras han perdido su vocación para ser cultivadas, y ya no huele a mastranto en algunos caminos, aunque siempre se oye el canto de un alcaraván.
En el campo hay necesidad. Nos distrajimos en el camino, pero la toma de conciencia nos está reconectando y, son maravillosas las cosas que podemos hacer en estos tiempos de reaprendizaje. Despertar nuestros sentidos mejorará nuestra realidad personal y nuestra sociedad, así como sostuvimos la producción, podemos establecer la sostenibilidad de los campos. ¡Tenemos que hacerlo!
Última actualilzación 2022-04-12 por Mildred Real